Jugar a la rayuela para llegar al cielo
-Me perdí de vista, no sabía dónde estaba… -, me dijo Lucía mirando al horizonte, como si fuera que allá a lo lejos, se podría encontrar.
Se aclaró la voz, inhaló profundo, casi como un suspiro, y volvió a hablar:
-No me dí cuenta que nunca salí de ese rincón en el que me refugié toda la vida, ese en el que casi ya me sentía cómoda porque era “mi lugar conocido”. El rincón de los rechazos, los abandono, de los No, o ahora no-. Una lágrima negra por el delineador le surcó la mejilla.
-Nunca vi la gran cantidad de dolor que había, tuve que volver a caer en un pozo para identificar los lugares comunes, los vacíos, los agujeros-. El llanto le anudó la garganta, le estrujó el corazón.
El silencio nos pesó en los oídos por largos minutos.
Se enjugó las lágrimas, se sonó la nariz con aquel pañuelo que le había regalado su madre y reflexionó: -No me había dado cuenta la cantidad de veces en que me sabotee la felicidad, los buenos abrazos y el sí de la vida.
Volvió a romper en un doloroso llanto.
Después de varios minutos más, en los que al parecer desagotó su alma, se secó las lágrimas, me miró y me dijo:
-Creo que llegó el momento de animarme a volver a jugar a la rayuela, para crear y conquistar mi propio cielo.
Una gran sonrisa color arco iris asomó en sus labios, se levantó de la vieja silla acomodada en un rincón de su casa, respiró profundo y lanzó una invitación:
-¿Tomamos unos mates?-, y se fue a la cocina dando los primeros brincos sobre una rayuela imaginaria en el piso.
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