Un poema mil veces releído

 


Y sin querer, y como una tormenta de arena, se instaló en su mente el recuerdo de aquel viejo poema de Mario Benedetti…

-¿Pero cómo se llamaba?, se preguntó en voz alta y se sentó frente a su computadora para escribir aquellas palabras que recordaba en el buscador. Ahí estaba, se titulaba Pausa y volvió a leerlo un par de veces.

Sintió que como siempre, esas palabras tenían un mensaje encriptado para ella, un mensaje que sólo podía ser decodificado por su alma porque, si bien la conmovían, le costaba comprender cuál era la relación con los próximos pasos que debía dar.

Sabía, desde hace tiempo que lo sabía, que algunos ciclos de su vida debían acabar o, por lo menos quería que concluyeran. Y casi sin querer, comenzó una lista mental de “eso” que debía cerrar.

Como desde su mismo inicio, sabía que la extraña relación con su amante debía terminar. Sabía que la ligazón que los unía no era de este mundo, de este tiempo y no tenía que ver con “las cosas en común”, como tampoco con el sexo, nada de eso… y otra vez, le asaltó la misma vieja pregunta: “¿Por qué todavía me cuesta terminar con vos? ¿Cuánto más debo crecer, madurar como mujer para sentirme completa y aceptar que ‘eso’ que tenemos, ya no nos une?”.

Y otra vez volvió a sumirse en el silencio, buscando en intricados caminos, algún atisbo de respuesta, algún indicio que le dijera que finalmente que aquella cebolla que tantas veces la hizo llorar, ya no tenía capa alguna que quitar y que sólo, le quedaba el blanco corazón, su blanco y puro corazón.

Releyó otra vez las dos últimas líneas del poema: “…no llorarse las mentiras, sino cantarse las verdades”, y una lágrima rodó por su mejilla buscando una respuesta en el vacío.

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