El desafío de cambiar

 


“Si no estamos atentos, con el ojo avizor controlando cada tanto nuestras rutinas, un día podemos quedarnos anclados en el pasado. Por eso siempre es un desafío cambiar”, me dijo don Quispe, el viejo farmacéutico de una antigua botica ubicada en aquella esquina de Flores, en la ciudad de Buenos Aires. Recuerdo su nombre porque estaba prolijamente bordado -en punto cadena con un fino hilo azul-, en el bolsillo izquierdo sobre su pecho de la blanca chaquetilla.

En ese momento, yo no entendía nada de lo que decía porque el dolor de cabeza que sentía, me provocaba un aturdimiento tremendo.

Una vez que el anciano concluyó su sentencia, se quedó mirándome como esperando una devolución, un “¡retruco, vale cuatro!”, pero apenas atiné a decirle:

-Necesito una aspirina y un vaso de agua, por favor.

-¡Bueh…!-, fue su respuesta y caminó hasta el estante donde guardaba las cajas de aspirinas.

Me la entregó y pidió a un joven que limpiaba en el fondo, que me trajera el agua. Me cobró y como quien exige plena atención, y mientras los billetes del vuelto eran rehenes entre su mano y la mía, me miró a los ojos y me repitió:

-Recuerde moza, vigile con ojos de águila sus rutinas-, y soltó el dinero.

-Sí, sí, lo tendré en cuenta-, fue todo lo que pude decir y salí disparada rumbo a la parada de la línea 39, ese mismo que me llevaba de vuelta a desandar las calles de San Telmo.

Pasaron muchos años de aquel suceso, pero el mensaje caló profundo, tanto que cuando mantengo una misma rutina por mucho tiempo -sin importar su índole-, vuelven sus palabras a mi memoria y a veces hasta un poco de dolor de cabeza y entonces, asumo el desafío de cambiar… y seguir.

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