¿Mala madre?
La invitación a un cumpleaños de 50 de su excompañera de escuela secundaria, sorprendió a Inés. Además, porque según le dijo en el mensaje de WhatsApp, también era una oportunidad para reencontrarse con algunas compañeras de la promoción. Dijo sí a la propuesta sin pensarlo mucho, más allá de que siempre fue un poco renuente a participar de estos encuentros porque sentía que era un recuento del camino andado como esposas, madres y demás. Sentía que tenía poco por compartir porque su realidad, era totalmente diferente: soltera, con una mascota y alguien que hacía de su independencia, un bastión a defender, a veces más de lo necesario.
Llegó el día de la celebración y allá fue. La noche era más que ideal, excelente temperatura para disfrutar de una fiesta al aire libre y bajo un manto de estrellas juguetonas.
Junto con la homenajeada, llegaron algunas de las excompañeras. Tomaron ubicación en torno a una mesa alejada del equipo de sonido para poder charlar. Algunas de ellas, mantuvieron contacto fluido todos esos años por vivir en la misma ciudad, otras se habían mudado, pero -aun así-, tenían una relación asidua. Ella no. Ella era ajena a esa situación, pero decidió darse la oportunidad de dejar los prejuicios y preconceptos en la vereda y se dispuso a disfrutar, a compartir, a abrir el corazón y los oídos para lo que el intercambio le trajera.
Cada una fue contando su recorrido, pasaron lista a sus respectivas situaciones de pareja, varias de ellas divorciadas y solas, otras divorciadas, pero con nueva pareja. Ella, era la única que se proclamó soltera, recordó que la -cada vez más distante- relación con su amante de ocasión, siquiera calificaba como importante como para ser nombrada.
Las conversaciones se fueron sucediendo hasta que surgió la charla con Ángeles, quien estaba sentada a su lado. Le contó que tenía dos hijos y que el mayor, vivía desde hacía varios años en el Sur de Estados Unidos. El menor, en tanto, estaba a punto de recibirse de médico.
-¿Y el mayor viajó para estudiar o buscando una oportunidad laboral?, preguntó con genuino interés.
-En realidad, se fue con un grupo de amigos a trabajar en ciudades turísticas con alta demanda de mano de obra en temporada alta. Y una cosa llevó a la otra, hasta que le surgió la posibilidad de tener un trabajo más estable. Hoy está en pareja y tiene una bella hija, respondió.
-¡Guau! ¡Ya sos abuela! ¡Felicitaciones!, comentó Inés.
-¡Sí, sí! ¡Él está feliz, yo estoy feliz!, aseguró Ángeles.
-¿Y cómo fue para vos el proceso de desapego?, preguntó sin poder despojarse del oficio de psicóloga.
-¡Ay! Al principio fue muy difícil, contestó sin ningún tipo de disimulo. – Es que todos los compañeros con los que había viajado, volvieron y él se quedó. Ni bien tuve la oportunidad de viajar, lo hice y una de las primeras cosas que le pregunté cuando pude, fue si él se había decidido radicarse a miles de kilómetros de distancia, porque yo había sido mala madre.
Dijo que fueron largos meses de angustia porque ese sentimiento, se le había instalado en la mente y el corazón. Estaba presente todo el tiempo, como un aguijón imperceptible pero que generaba mucho dolor.
Inés no pudo evitar sentir la angustia de Ángeles, sintió que el solo recuerdo de esa sensación inundaba sus ojos de lágrimas.
-¿Y qué te respondió?, inquirió Inés, casi con apuro.
-Me dijo que no, que era exactamente lo contrario, que había sido una buena madre porque le había dado las herramientas necesarias para que pudiera desempeñarse en la vida, que supiera cómo afrontar diversas situaciones. “Mamá, me enseñaste a cocinar, a limpiar, a lavar, entre tantas cosas, si no hubiera sabido cómo salir adelante, seguramente hubiera regresado al lugar que me daba cierta comodidad y contención”, me dio. No te puedo explicar la emoción y satisfacción que tuve, me sentí muy orgullosa de él y de mí, sus palabras, borraron toda sensación de fracaso que tuve alguna vez como madre.
Un par de lágrimas dulces rodaron por las mejillas de Ángeles. Inés la felicitó de corazón, le dijo que fue muy valiente en preguntarle y más valiente aún en reconocerse a sí misma por haber dado esas herramientas a sus hijos.
Después del baile, los brindis y celebrar la vida de la cumpleañera, las excompañeras se despidieron no sin antes, prometerse otro encuentro en poco tiempo más.
Inés se subió a su auto y también se felicitó por haber dejado sus preconceptos y prejuicios en la vereda. Hizo un brindis imaginario consigo misma por atreverse a derribarlos, pero sabía, que aún le restaba algún que otro fantasma que enfrentar y que saldría airosa.
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